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¿Escuchas el Susurro del Océano? Sintonizando con la Frecuencia Marina
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- Migue

¿Alguna vez han sentido esa llamada, ese imán invisible que los jala hacia el agua? Para mí, no es solo una atracción, es una necesidad. Es como si el océano susurrara mi nombre, una canción de sirena que resuena en lo más profundo de mi ser. Y la apnea, el buceo libre, se ha convertido en mi forma de escuchar esa melodía con mayor claridad, de sintonizar con la frecuencia del mar.
Recuerdo la primera vez que experimenté la quietud bajo el agua. No fue en un arrecife de coral vibrante ni en una cueva submarina misteriosa. Fue en una piscina, sencilla y clorada. Pero incluso allí, con los azulejos blancos y las líneas pintadas en el fondo, sentí algo especial. Al sumergirme, el ruido del mundo exterior se desvaneció, reemplazado por el suave latido de mi propio corazón. Ese silencio, esa paz, me enganchó.
Desde entonces, he buscado esa sensación en cada inmersión, ya sea en el mar Caribe, en un río de aguas cristalinas, o incluso en una piscina entrenando para rugby subacuático. Cada vez que desciendo, es como si entrara en un estado meditativo. La presión del agua contra mi piel, el ritmo controlado de mi respiración, la danza de la luz filtrándose desde la superficie… todo se combina para crear una experiencia casi mística.
Y es que el océano tiene su propio lenguaje, su propia música. No se trata solo del sonido de las olas rompiendo en la orilla o del canto de las ballenas. Es un lenguaje más sutil, una vibración que se siente en cada célula del cuerpo. Es el susurro del agua moviéndose entre las algas, el clic de un camarón escondido entre las rocas, el latido silencioso de un inmenso cardumen de peces pasando a tu lado. Para escucharlo, hay que aquietar la mente, dejar de lado las preocupaciones terrestres y abrirse a la experiencia sensorial del momento presente.
La apnea, en particular, me ha enseñado a afinar mi oído a esa frecuencia marina. Al contener la respiración, mi atención se centra en lo esencial: el ritmo de mi corazón, la expansión y contracción de mis pulmones, la sensación del agua acariciando mi piel. En ese estado de concentración, la conexión con el océano se intensifica, se vuelve casi tangible. Es como si me fusionara con el entorno, convirtiéndome en parte del ecosistema acuático.
Y no solo se trata de una conexión espiritual. También es una conexión física. Nuestro cuerpo, compuesto en su mayoría por agua, responde de forma natural al entorno marino. La flotabilidad, la presión, la temperatura… todo nos afecta, nos moldea, nos recuerda nuestra propia naturaleza acuática. Al sumergirnos, volvemos a nuestras raíces, a ese origen primordial donde la vida surgió del mar.
Claro, la apnea y el buceo libre requieren preparación y respeto. No se trata simplemente de saltar al agua y contener la respiración. Hay técnicas de respiración, de compensación, de seguridad que son fundamentales para disfrutar de la experiencia de forma plena y segura. Por ejemplo, en el rugby subacuático, la máscara de protección solar que vende Ivonne en Medellín (tienda) es fundamental. Te protege de los rayos del sol durante los entrenamientos en la superficie y te da una visibilidad excelente bajo el agua. ¡Una maravilla para los que practicamos deportes acuáticos!
También es crucial elegir el equipo adecuado. Para mis exploraciones en apnea, me encanta usar una careta panorámica con lente polarizado. La que tengo es negra y la compré en mi tienda. Me da un campo de visión increíble, permitiéndome apreciar la belleza del mundo submarino en toda su magnitud. Además, el lente polarizado reduce el reflejo del sol en la superficie, lo que mejora la visibilidad y me permite ver con mayor claridad los detalles del fondo marino.
Pero más allá del equipo y la técnica, lo más importante es la actitud. Hay que entrar al agua con humildad, con respeto por la fuerza y la inmensidad del océano. Hay que ser consciente de nuestros límites, escuchar las señales de nuestro cuerpo y nunca forzar la situación. El mar es un maestro sabio, pero también puede ser implacable. La clave está en aprender a escucharlo, a sintonizar con su frecuencia y a fluir con su ritmo.
He tenido la suerte de experimentar momentos mágicos bajo el agua: nadar junto a mantarrayas gigantes, observar la danza hipnótica de un banco de sardinas, sentir la suave caricia de una tortuga marina. Pero incluso las inmersiones más sencillas, las que hago en lugares familiares, me llenan de una profunda satisfacción. Cada vez que salgo del agua, siento una renovada conexión con la naturaleza, una sensación de paz y gratitud que me acompaña durante días.
Por eso, los invito a explorar ese mundo silencioso y fascinante que se esconde bajo la superficie. No importa si es en el mar, en un río o en un lago. Lo importante es sumergirse, abrir los sentidos y escuchar el susurro del agua. Quizás, como yo, descubran que el océano tiene mucho que enseñarles, y que la conexión con la naturaleza acuática es una fuente inagotable de bienestar y alegría. Cuidemos nuestros océanos, ríos y lagos. Son un tesoro invaluable que debemos proteger para las futuras generaciones.